martes, 23 de septiembre de 2008

Comunión Querétaro N°551 7/Septiembre/2008 página principal

Voz de nuestro Obispo...

El Centinela de la Ciudad
Se celebró por fin el Acuerdo Nacional por la Seguridad convocado por el presidente de la república para combatir la violencia que impera en nuestro país. El hecho despertó grandes expectativas y variadas reacciones, desde el aplauso espontáneo hasta la crítica exacerbada. La frase que repitieron todos los medios de comunicación fue la del padre del adolescente secuestrado y asesinado, que conmovió al país: Si ustedes, las autoridades, no pueden brindarnos seguridad, renuncien. Los medios la tomaron como expresión válida del malestar ciudadano. Las páginas en blanco de la prensa nacional quieren subrayar el vacío y el silencio de la autoridad competente en el caso. Los integrantes de ese plenario aprobaron múltiples acciones por realizar, con plazos fijos pero sin sanciones en caso de incumplimiento. Insistente fue la invitación a la ciudadanía a tomar parte en el remedio de ese fruto amargo de la corrupción e impunidad, que ella ciertamente no sembró.
Los Obispos mexicanos nos sumamos a este deseo y esfuerzo diciendo que «confiamos en el Estado y en las instituciones que son responsables de garantizar el respeto, la protección de la vida y la seguridad de todos los mexicanos» (Comunicado, 19.08.08). Sí; queremos confiar y cooperar a que esto se haga realidad, pero sabemos que no será posible sin la ayuda, sin la gracia de Dios.
La indispensable unidad no se logra sin humildad, cosa nada fácil en actores que representan intereses parciales, arraigados en prácticas que están en el origen del mal que pretenden combatir. Los grupos buscan posibles réditos que les garanticen la posesión y el incremento del poder. La tónica que prevalece en los remedios mira más al endurecimiento de las penas que al recurso humano natural cuerdo y razonable de la educación. ¿Cuál? Ciertamente no la que hasta ahora se ha dado; pero este es un terreno minado, de difícil exploración. Allí está el gran vacío que nadie sabe ni piensa llenar. El gran educador de la juventud, tal vez el más grande del pasado siglo, Don Luigi Giussani, decía: «Las fuerzas que cambian la historia son las mismas que cambian el corazón del hombre».
Los cristianos sabemos que al corazón humano sólo Dios lo puede curar. Quien piensa que sin Él puede lograrlo, va al fracaso y nos arrastra con él. «Si el Señor no edifica la casa, en la vano se esfuerzan los albañiles. Si el Señor no guarda la ciudad, es inútil que velen los centinelas», reza el salmo 127.
La esperanza cristiana se alimenta, no de humanas promesas, sino de oración. Nos queda el recurso poderoso de la oración.

† Mario De Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro

Septiembre es el mes de la Biblia

En el mes de septiembre se celebra el Mes de la Biblia en recuerdo de San Jerónimo, quien fuera el primer traductor en la versión conocida como la Vulgata. La Biblia es el libro que nos pone en contacto con la Palabra de Dios. Esto significa que Dios no es sólo un primer principio creador, sino alguien que nos habló. Esta es la primera certeza de nuestra fe: Dios habló. Por ello su Palabra se convierte para nosotros en una fuente inagotable de sabiduría que nos ilumina y que da sentido a nuestras vidas. De diversas maneras Dios habló a lo largo de la historia, nos dice la carta a los Hebreos, antiguamente por nuestros padres y los profetas, «ahora, en este tiempo final, nos habló por medio de su Hijo Jesucristo» (Heb. 1, 1-2). Hoy escuchar a Dios para un cristiano es escuchar a Jesucristo. Esto es decisivo en el camino de nuestra fe y de nuestro crecimiento espiritual. No se comienza a ser cristiano, nos decía Benedicto XVI, «por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da nuevo horizonte a la vida». La Palabra de Dios es la que nos pone en contacto con este acontecimiento, con esta Persona que es Jesucristo. Por ello la Biblia no es un libro más, que lo leemos y luego lo dejamos porque ya sabemos lo que dice, sino que es la misma Palabra de Dios que nos actualiza su presencia y hace posible nuestro encuentro con él. Cómo hacer para acercarnos a la Palabra de Dios, y lograr que ese encuentro sea un momento de alimento espiritual que de sentido a nuestras vidas? Entre las muchas formas de acercarnos a la Biblia hay una que tiene una larga historia y se la conoce con el nombre de «Lectio divina». Qué significa? Se trata de una lectura orante, es decir, no solo intelectual de la Palabra de Dios. En el reciente Documento de Aparecida se nos recuerda que esta lectura orante de la Biblia tiene cuatro momentos que son: primero la lectura del texto, luego la meditación del mismo, para pasar finalmente a un momento de oración y de contemplación. Este método de lectura orante, les decía, nos conduce al conocimiento y al encuentro vivo con Jesucristo (Apar. 249). No pensemos que es algo difícil o imposible, tal vez necesitamos al comienzo de alguien que nos explique y nos ayude. Esto es precisamente la tarea que en la Iglesia realiza la Pastoral o Animación Bíblica.
Existen, gracias a Dios, muchos grupos o círculos bíblicos en los que se enseña la riqueza de esta lectura orante de la Biblia. Es un grupo de laicos que se reúnen en sus casas en torno a la Palabra de Dios, ellos van creciendo y fortaleciendo su fe, pero también ayudan a otros a descubrir la persona y el mensaje de Jesucristo. Son grupos que forman a los discípulos y misioneros de Jesucristo. Esto es precisamente lo que se pretende, y lo que personalmente deseo que se realice en este Mes dedicado a la Biblia. La Palabra de Dios es el alimento de nuestra fe. Una fe que no se alimenta se debilita y deja de dar sentido y alegría a nuestras vidas. Además cuando nos empobrecemos espiritualmente, empobrecemos también a nuestras amistades e incluso a nuestra familia. Qué bueno que mi encuentro con Jesucristo me haga testigo de una vida nueva para todos mis hermanos. Sepamos aprovechar esta riqueza que nos ofrece la Iglesia.

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