martes, 23 de septiembre de 2008

Comunión Querétaro N°551 7/Septiembre/2008 Página 2

Voz sacerdotal...

San Pablo y su Encuentro-Revelación en Damasco.
Nuevamente quiero compartir, con ustedes amigos lectores la siguiente reflexión en torno a San Pablo, una de las grandes figuras de la Iglesia en su proceso de consolidación. San Pablo fue alguien que entendió la situación religiosa en la que se encontraba la sociedad de su tiempo y consiguió darle un impulso positivo en base a su experiencia en Damasco, experiencia que le ayudó a comprender su vocación en el seguimiento de Jesús y a su Iglesia, para ser evangelizador de los gentiles (Cf. Hec. 9,1-6; 22,11-21). A partir de este encuentro-revelación en Damasco, la vida de Pablo tomó otro sendero, entró en un nuevo proceso de comprensión en sus creencias y conductas religiosas, porque como buen fariseo, para él la Ley era la razón de su vida, convencido que su obediencia, su practica rigurosa y piadosa son los que hacen justos ante Dios (Cf. Fil. 3,6). Por lo tanto era algo inadmisible e incluso contradictorio poner en un hombre llamado Jesús la justificación, porque no puede ser posible que Jesús sea el Mesías, ya que fue condenado por la ley y por lo tanto maldecido por Dios. Pero en el camino se le manifiesta ese a quién llama el maldecido de Dios, exaltado en la gloria de Dios y entonces empieza a recapacitar, recibe nuevas luces para comprender que si ha sido resucitado, es porque es Santo. Es así que todo lo que constituía para Pablo el fundamento de su pensamiento y de su vida se viene abajo. Pablo se siente inmerso en una novedad que le cambia su proyecto de vida, por el proyecto de la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús.
La vida de San Pablo se puede decir, que abarca dos periodos, antes de Damasco y después de Damasco: en el primero se distingue como un fariseo radical y perseguidor de los seguidores de Jesús, en el segundo se distingue por su entrega total a la causa de Jesús. Se convence de que no es justo, sino justificado, que no es santo sino santificado y esto no por unas obras, sino por las obras de Jesús. Las obras, todo lo que uno haga son consecuencias, porque cuando uno se siente amado, no puede menos de hacer ciertas cosas. Este es uno de los rasgos de la profunda espiritualidad de San Pablo, que tiene su momento clave en el encuentro con Jesús.
El año paulino como se ha reiterado, es una invitación a conocer la vida y las enseñanzas de San Pablo y sobre todo para seguir su ejemplo de entrega valiente y creativa como discípulos y misioneros de Jesús en los contextos socioculturales que nos ha tocado vivir. Que San Pablo inspire nuestra labor misionera.
P. Gabino Tepetate Hernández.

Para pensar...

El día menos pensado
Las cosas siempre acontecen el día menos pensado. Seguramente, el día menos pensado es hoy, ya que casi siempre estamos recordando el pasado, lo que ha sido, o anticipando el futuro, lo que ha de venir. Y por eso las cosas siempre acontecen el día menos pensado. San Agustín decía que no existe más que presente, pero que tiene una triple dimensión: presente del pasado, presente del presente y presente del futuro.
Cada cosa que acontece se da en el presente, bien en forma de memoria, de vivencia o de anticipación. ¿Por qué vivimos siempre mirando hacia delante, oteando el horizonte por encima de lo que tenemos en nuestro derredor inmediato, o con la cabeza vuelta atrás, sujetos a una terrible tortícolis que no sólo no nos deja vivir, sino que tampoco nos deja ver? El presente abierto es donde acontecen las cosas, y es el día menos pensado, quizá el día menos vivido, sin duda el día menos querido.
El bochorno de estos días –es posible que también las tormentas estivales– se constituye en una especie de telón frente al que proyectar el presente. El calor y la lluvia torrencial detienen no sólo los pasos, sino que ralentizan, en ocasiones, los pensamientos, que a veces quedan, de este modo, prendidos en el presente, y desde ahí se lanzan hacia el horizonte. Yo aprovecharía este calor, esta pachorra veraniega para entornar los ojos y centrar la mirada en el presente, que es el sitio, el día y el tiempo menos pensado pero que, curiosamente, es donde todo acontece. ¿No es una paradoja?
Sixto Castro, OP


El arte y San Pablo...
Conversión de San Pablo

Autor: Caravaggio
Fecha: 1600-01
Características: 230 x 175 cm.
Caravaggio emplea el mismo lenguaje aparentemente vulgar de la Crucifixión de San Pedro para dar cuenta de uno de los más poéticos milagros que nos cuenta el propio San Pablo. El joven aún llamado Saulo era un soldado arrogante perseguidor de los cristianos. Un mediodía, de camino a otra ciudad, fue derribado del caballo por una poderosa luz, al tiempo que la voz de Dios le preguntaba «Saulo, ¿por qué me persigues?». Saulo quedó ciego varios días y milagrosamente recuperó la vista con los cuidados de la comunidad cristiana. Se convirtió y adoptó el nombre de Pablo. Caravaggio nos cuenta esta historia de una manera completamente diferente, bajo la apariencia de lo trivial hasta el punto de ser tremendamente criticado: en primer lugar, la escena parece tener lugar en un establo, dadas las asfixiantes dimensiones del marco. El caballo es un percherón robusto y zafio, inadecuado para el joven soldado que se supone era Saulo. Y para rematar las paradojas, el ambiente es nocturno y no el del mediodía descrito en los escritos de San Pablo. Estos recursos, que vulgarizan la apariencia de la escena, son empleados con frecuencia por Caravaggio para revelar la presencia divina en lo cotidiano, e incluso en lo banal. Existen detalles que nos indican la trascendencia divina de lo que contemplamos, pese a los elementos groseros. Estos signos de divinidad son varios: el más sutil es el vacío creado en el centro de la composición, una ausencia que da a entender otro tipo de presencia, que sería la que ha derribado al joven. Por otro lado tenemos la luz irreal y masiva que ilumina de lleno a Saulo, pero no al criado. La mole inmensa del caballo parece venirse encima del caído, que implora con los brazos abiertos. Los ojos del muchacho están cerrados, pero su rostro no expresa temor sino que parece estar absorto en el éxtasis. Siguiendo estas claves, Caravaggio nos desvela magistralmente la presencia de la divinidad en una escena que podría ser completamente cotidiana. Siendo, como es, pareja del cuadro con la Crucifixión de San Pedro, las dimensiones elegidas son iguales para ambos, así como el tono de la composición, con idénticos sentido claustrofóbico y gama de colores.

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