jueves, 22 de enero de 2009

Comunión Querétaro N°571 25/Enero/2009

Voz sacerdotal...

La familia como institución social.
La familia como una institución social se ha visto golpeada por los embates de una cultura individualista, consumista, permisiva, secularizante y relativista que ha traído como consecuencia un deterioro generalizado en la vivencia de los valores socioculturales y religiosos. Sin embargo, a pesar de la situación crítica en la que se ha sometido a la institución familiar, sigue mostrando una clara evidencia de su importancia prioritaria como grupo social fundamental.

Para nuestra cultura latinoamericana la familia sigue siendo la unidad social fundamental en la que tenemos nuestra procedencia, pertenencia e identificación, pero también no hay que confundir y equiparar sin más lo que es la institución y las funciones que desempeña, ya que éstas varían y cambian en la vida social de acuerdo a los procesos históricos de la sociedad, según el espacio y el tiempo con el devenir mismo de la sociedad. Sin dejar de tener, desde luego efectos en la misma estructura familiar, que tampoco es idéntica en todas las sociedades, pero siempre tienen como lazo fundamental la sangre, el matrimonio y la filiación, como elementos institucionales básicos.

En todas las sociedades humanas se encuentran alguna forma de familia, concebidas por lazos biológicos, la necesidad sexual y la reproducción y en la naturaleza misma de la sociedad y como un proyecto divino, de ahí el aspecto religioso y sacramental del matrimonio y de la familia, fundamentada bíblica y teológicamente, como un contenido integral de la fe eclesial.

Por lo tanto, la familia, para la Iglesia, es de vital importancia y merece una atención prioritaria para que retome y asuma su misión educadora en la fe y en los valores humanos, espirituales y trascendentes.

La cultura familiar, no restringida a los lazos de sangre, sino fortalecida y abierta a los cambios globalizadores será una alternativa revitalizadora del tejido social en sus interrelaciones, procesos y estructuras familiares.

El Encuentro Mundial de las Familias en nuestro país es un llamado a las conciencias a repensar la realidad de las familias y una oportunidad a consolidar los principios fundamentales de la institución familiar en este contexto de cambio de época.

P. Gabino Tepetate Hernández.


Pablo y nosotros
Siempre nos han resultado lejanos y misteriosos los personajes bíblicos, precisamente porque aparecen viviendo experiencias extrañas y especialísimas, que ningún cristiano normal vive hoy en día.

También Pablo, en cierto momento de su vida, experimentó un encuentro íntimo y especial con Jesús, que lo llevó a abandonar todo y a centrar su existencia únicamente en Cristo Resucitado. Fue una experiencia interior inefable, imposible de contar con palabras. Pero el autor bíblico la describe adornada con voces divinas, luces celestiales, caídas estrepitosas, ceguera, para exponer de algún modo lo que nadie es capaz de comunicar.

En realidad la experiencia paulina fue semejante a la de muchos de nosotros. Seguramente nuestra propia vocación cristiana fue también un encuentro grandioso con Jesús resucitado. Pero no oímos voces extrañas, ni vimos luces maravillosas. Y por eso no la solemos valorar. Y muchas veces languidece anémica en algún rincón de nuestra vida diaria.

Por eso hace bien reconocer que tampoco Pablo vio nada de aquello. Que no nos lleva ventaja alguna. Recordarlo, y pensar luego en la cantidad de veces que podemos experimentar a Jesús resucitado en nuestra vida, puede ser la ocasión para animarnos a hacer cosas mayores que las que hacemos ordinariamente. Como las que hizo Pablo.


Para tomar en cuenta...

Ser solidarios
Una de las virtudes o valores propios del hombre es la solidaridad, pero una solidaridad que no sólo debemos pensarla o llevarla adelante ante situaciones extremas, ante emergencias o desastres, sino también en lo diario.

En general, los seres humanos somos solidarios. En nuestro país hay mucha necesidad, pero también muchos corazones dispuestos a ser solidarios ante una situación de gravedad, ante una campaña que se pueda realizar, ante alguien que pide ayuda.

Quizás nos falta comprender que el concepto de solidaridad también se refiere a muchas otras situaciones que vivimos diariamente, y no sólo a un momento de necesidad y de ayuda.

Soy solidario cuando cumplo como debe ser con mi responsabilidad, cuando actúo justamente con los otros, cuando respeto los lugares públicos porque todos los utilizamos. Es solidario el docente que se preocupa en su preparación para dar lo mejor a los alumnos y es solidario el alumno que por respeto a quien lo instruye y forma, le responde con todo su esfuerzo y dedicación. Somos solidarios cuando respetamos el tiempo de los demás y no llegamos tarde o no hacemos esperar al otro. Soy solidario en mi familia cuando dejo las cosas en su lugar, cuando respeto el ritmo de los otros, cuando sé esperar los tiempos que cada uno tiene.

Soy solidario también cuando cumplo ese deber de ayuda mutua al prójimo, aunque no lo conozca, sólo por el hecho de ese mandamiento de amor al prójimo.
Soy solidario cuando ante las cosas que pienso que deben cambiar, comienzo pensando qué puedo hacer yo desde mi lugar y en el ámbito en que me desempeño, para que algo comience en ese cambio que veo necesario.

Soy solidario cuando soy capaz de comprometerme cuando sea necesario hacerlo, y no estar siempre en una actitud “demandante”, diciendo que todo está mal y como deben hacerse las cosas.

Creo, en definitiva, que ser solidarios es pensar en los demás sabiendo que todos necesitamos del otro y que no vivo aislado y por lo tanto puedo poner algo de mí al servicio de los demás.

Ante las grandes dificultades ya demostramos que somos solidarios, ahora también debemos demostrarlo en la convivencia diaria.

Padre Oscar Pezzarini

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