jueves, 22 de enero de 2009

Comunión Querétaro N°570 18/Enero/2009

Voz de nuestro pastor...

El enemigo, la ignorancia
El padre Juan Eusebio Nieremberg S. J., escribió una obra considerada clásica dentro de la espiritualidad ignaciana, extrañamente titulada: «Diferencia entre lo Temporal y Eterno, Crisol de Desengaños, con la Memoria de la Eternidad, Postrimerías Humanas, y Principales Misterios Divinos», sobre las tan olvidadas cosas últimas de nuestra fe católica. A ésta añadió una «Invectiva contra el Adorno superfluo de las Galas», en sabroso romance castellano. La edición de que dispongo, todavía legible y con su rigurosa licencia eclesiástica, data de 1779.

Elijo este texto de alguna antigüedad con la única finalidad de mostrar que el problema de la ignorancia religiosa no es asunto ni de ayer ni de antes de ayer, sino condición humana tan lamentable y real como cotidiana y de siempre. Que en eso nos aventaja la ignorancia, que no respeta épocas ni edades ni tiempos. Cito, pues, el primer párrafo de la obra de nuestro esclarecido autor, que dice así: «Para el uso de las cosas ha de preceder su estima, y a su estimación su noticia; la que es tan corta en este mundo, que no sale fuera de él a considerar lo celestial y eterno, para que fuimos criados. Pero no es maravilla, que estando las cosas eternas tan apartadas del sentido, las conozcamos tan poco; pues aun las temporales que vemos, y tocamos con las manos, las ignoramos mucho. ¿Cómo podremos comprender las cosas del otro mundo, pues las de este en que estamos, no las conocemos?». Habrá, sí, que leer dos o tres veces el párrafo para que se asiente en el intelecto, pero quizá podamos resumirlo diciendo de manera llana que no se ama lo que no se conoce, y que si desconocemos lo que tenemos a la vista, mucho más ignoramos y menos amamos, lo que no vemos.

La ignorancia ha llegado a ser un componente añadido a la naturaleza humana pecadora, y más tratándose de las cosas celestiales, o sea de nuestra fe. No debe, pues, sorprendernos, aunque sí preocuparnos, el terrible cúmulo de creencias, agüeros, supersticiones, maleficios, horóscopos, fetiches, piedras encantadas o lugares mágicos, vibraciones y toda clase de limpias, sobas y rituales curativos practicados por brujos, chamanes, síquicos, astrólogos y similares, cosas éstas que hemos podido ver en su tropical efervescencia y pagano esplendor durante el inicio del año tanto en periódicos, revistas, noticieros, reportajes, sin excluir hogares y hasta templos católicos.

Como el lazo que nos ata a la divinidad radica en la condición humana, y la ignorancia anida en lo recóndito nuestro, estos rituales y creencias llegan a considerarse como naturales y reviven siempre con nuevo esplendor. Son ídolos nuevos con malicia vieja. Tarea inmensa –»Obra de misericordia», le llama la Iglesia- ha sido enseñar al que no sabe, y más al que cree que lo sabe todo, como agudamente lo nota el padre Nieremberg, cuando dice: «A esto puede llevar la ignorancia humana, que aun no conoce aquello que piensa que más sabe». Pero la verdad tiene su propio peso, su luz divina, que es la que se impone por el brillo de su propio esplendor, incluso al error. Su destino es padecer, nunca perecer. Engendra siempre esperanza.

Mario De Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro


Para tomar en cuenta...

Estarán unidas en tu mano
Semana de oración por la Unidad de los Cristianos
18-25 de enero de 2009

Estas palabras proféticas de Ezequiel dirigidas al pueblo elegido son una alegoría de la unidad de la Iglesia, aunque el profeta las aplicó a la necesaria unidad de Israel rota por los pecados de los dirigentes y del pueblo. Habla el profeta de dos leños a modo de trozos de una vara de mando rota, que el Señor le ordena al profeta unir en su propia mano como signo para la casa de Israel (Ez 37,15-28). Son aplicables a la Iglesia dividida porque, al igual que el pueblo de la antigua Alianza, dividido en contiendas contrarias a la voluntad de Dios, también las divisiones de las Iglesias cristianas son contrarias a la voluntad de Cristo, que quiso una sola y única Iglesia visible: “Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros. De este modo el mundo creerá que tú me has enviado” (Jn 17,21).


Voz sacerdotal...

El inicio del año 2009
En este del 2009 lo que nos espera, no es nada halagador, porque siendo realistas, la situación crítica en la que vivimos no la podemos ocultar. En estas condiciones las expectativas no pueden ser alentadoras, nuestro país padece una violencia creciente y las provocaciones se multiplican ante las necesidades extremas de la población y la paciencia ciudadana, cada vez más esta llegando al límite, ante las ideologías que imponen un modelo económico excluyente y empobrecedor para la gran mayoría de la sociedad.

Los cristianos, es cierto, estamos informados de nuestra situación socio-cultural crítica, es más, participamos de ella; pero eso no nos garantiza que seamos sujetos y agentes de transformación, de conversión y de un cambio generador de vida digna, justa y solidaria. La fuerza transformadora, como la misma Iglesia lo enseña, nos viene del encuentro vivo y personal con Jesucristo y con su pueblo sufriente que clama por una tierra y un cielo nuevo que se pueda empezar a vivir desde ahora aquí en la tierra, en el ya pero todavía no. Conscientes de que la plenitud seguirá siendo una búsqueda constante y permanente, a la que no hay que renunciar.

El inicio del año 2009, ante estas condiciones críticas que engloban a la Iglesia, tiene que ser un llamado a la crítica, a la creatividad y al trabajo conjunto para plantear, con la fuerza que proviene del Evangelio, ese mundo terreno donde quepamos todos y tengamos la posibilidad de hacer realidad nuestras aspiraciones y el llamado del Señor Jesús de hacer presente el Reino de Dios. Por lo tanto, en un país como el nuestro, lleno de contrastes, con tantas carencias sociales y un marcado rechazo a los valores espirituales cristianos y trascendentes, es fundamental una fe coherente, un testimonio claro y un compromiso fraterno con el pueblo pobre y sufriente. Que Santa María de Guadalupe bendiga a nuestros pueblos y nos una en la misión evangelizadora y liberadora de nuestra patria.

P. Gabino Tepetate Hernández.

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