viernes, 3 de octubre de 2008

Comunión Querétaro N°555 5/Octubre/2008 Réquiem por el padre Alejandro Ruiz Varela


«El mundo actual necesita más testigos que maestros y cuando necesita maestros, necesita que también sean testigos».
Pablo VI


Manejando hacia su casa por la carretera San Juan del Río- Santa Lucía, el padre Alejandro se salió de la pista debido a un infarto y posteriormente un segundo infarto. Todo esto me lo confirmó su señor Cura el Padre Francisco Javier Jiménez. Estamos de luto en casa, pues nuestra Diócesis ha perdido un santo sacerdote, un testigo y maestro, pero también tenemos el gozo interior del testimonio que nos dejó.
Primero como seminarista y luego como Diácono y Sacerdote tuve la oportunidad de tratarlo cada ocho días, el fin de semana y por periodos largos durante sus servicios con el curso introductorio en las fiestas del Santuario de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano. Fue un excelente cristiano, en terminología de Aparecida afirmamos que fue un excelente discípulo: conciente del permanente cultivo de su vida interior, asiduo en su oración personal y comunitaria; dedicado a la lectura y al estudio, con un gran amor a su vocación sacerdotal de la cual hablaba con seguridad y con una filial relación con la Santísima Virgen María.
Usó de misericordia con miles de personas durante las prologadas horas de confesiones en las que atendía con paciencia y solicitud a los peregrinos en el Santuario de Soriano.
Varias veces comentamos lo cansado que era y lo bien que le hacía el administrar el sacramento de la reconciliación. El usó misericordia con los demás, estoy cierto que Dios usó también misericordia con él.
Espontáneamente atendía la oración carismática por los enfermos que se realizan los domingos segundos y cuartos en el santuario, acudía los retiros nacionales de jóvenes «sobre todo para confesarlos». Su trato con todos era afable y sencillo, pero marcaba directrices claras.
Uno de los cabecillas de la revolución francesa afirmó que los sacerdotes «se juntan sin con conocerse, viven sin amarse y mueren sin llorarse». Hoy le respondo, no con un argumento sino con la experiencia del funeral del padre Alejandro al cual asistimos más de cincuenta hermanos sacerdotes, a pesar de que estábamos en curso de renovación teológica. Y también le digo a ese autor, que las lágrimas por la muerte de nuestro hermano y amigo endulzaron el dolor de su pérdida.

Pbro. Juan Manuel Pérez Romero

1 comentario:

Anónimo dijo...

GLORIA A DIOS!! Un Santo Sacerdote que amaba a la Santísima Vírgen María de Guadalupe..descanse en paz.