jueves, 23 de octubre de 2008

Comunión Querétaro N°558 26/Octubre/2008 Opinión

El arte y San Pablo...
Conversión de San Pablo

Autor: Miguel Ángel
Fecha: 1542-45
Museo: Capilla Paolina (Roma)
Características:
Material: Fresco
Estilo: Renacimiento Italiano

La situación de esta pintura, pareja de la Crucifixión de San Pedro, es sumamente inverosímil y se ha tratado en el comentario al citado fresco de San Pedro. En esta ocasión nos referiremos a las características estéticas del fresco, igualmente aplicables a su pareja. Las limitaciones del espacio debieron justificar en parte la aglomeración de personajes y la confusión general que reina en la composición. Pero también debemos pensar que se trata de algo deliberado por parte del autor, que está narrando un episodio traumático de la vida de San Pablo, cuando perseguía a los cristianos y el rayo de Dios le cegó hasta que se convirtió a la fe. El séquito de San Pablo, formado por soldados y criados, está en medio de un impresionante revuelo. La mano de Cristo señala a Pablo, caído en el suelo y cegado por la luz divina. Todos los personajes, soldados y caballos, se alejan del centro como sacudidos por una explosión y Pablo queda solo y desvalido en el centro, ayudado por uno de sus hombres. El resto trata de protegerse los ojos con manos y escudos, mirando con desconcierto al cielo. Muchas figuras están de espaldas, una pose predilecta en Miguel Ángel que de esta manera realizaba minuciosos estudios anatómicos de formas atléticas y musculosas. El caballo en escorzo, del que vemos los cuartos traseros, está inspirado directamente en los caballos de las Batallas de Paolo Ucello, que sirvieron de modelo para casi todos los pintores del Renacimiento, incluidos Leonardo da Vinci o Alberto Durero. El cielo, con Cristo bajando con un poderoso impulso entre sus ángeles y corte divina, retoma la idea del Juicio Final, con una estructura en remolino ascendente por un lado, y descendente por el otro. Se trata, en fin, de una obra de la vejez de Miguel Ángel, terrible, imponente, incomprensible y llena de la sofisticación de un manierismo que ya puede considerarse pleno.
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Voz sacerdotal...
Liquidez y solidez
Las paradojas de la economía señalan que si no existe liquidez, pierde solidez el sistema bancario. Por eso lo que nos sucede en estos momentos es “iliquidez”, según nos indica un erudito en la materia. El Papa dice que la fe tiene más solidez que los bancos. ¿Qué es eso de la solidez? Parece querer indicar que sabe superar las tempestades de los tiempos, como la casa evangélica cimentada sobre roca. Así lo creemos, en ello confiamos. Ahora bien, surge la pregunta, ¿la fe tiene liquidez? ¿Qué es eso de liquidez? Entendería por tal la capacidad de salir de cajas fuertes donde se guarda para ir a remediar necesidades que padecen los seres humanos. O sea, poder contar con ella cuando se la necesita para consolidar no tanto nuestro bienestar, sino nuestro “bienser”.

Dicen los entendidos que la economía no necesita solo base financiera sólida, sino que circule esa masa monetaria. Es decir, es necesario invertir el talento, dice el Evangelio. La fe necesita salir al aire, oxigenarse, confrontarse con el mundo real. La fe no puede ser una reserva espiritual, bien custodiada; ha de vérselas con la vida: con los diversos altibajos de la historia de cada uno y de la sociedad; con las preguntas que los seres humanos se formulan sobré qué hacer de sus vidas, ha de salir al paso de las urgencias vitales. Ha de tener liquidez. Sólo en la liquidez se prueba su solidez.

Fray Juan José de León Lastra, O.P
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Para pensar...
Hipotecas imposibles
En primer lugar la llamada crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos se produce por dos cuestiones que iban enlazadas. Veámoslas. En primer lugar se conceden hipotecas de dudoso pago, por cuantía y plazo, a personas que basaban su posibilidad de pagar en la compra de una vivienda, su venta inmediata, con el precio de esta venta pagar la deuda y ganar un poco de dinero. Cuando la escalada de precios y ventas en el mercado norteamericano desaparece comienzan los problemas esa ecuación de compra, venta y pago no se produce.

Pero, atención, esa no es la cuestión principal, porque habría que determinar la causa de tal permisividad en las entidades que contrataban las hipotecas, cuando los clientes tipo no respondían a los requisitos mínimos para la obtención de los préstamos. No era –creo yo—una cuestión social para que los más pobres pudieran alcanzar algún beneficio. Se trataba de tener activos para crear productos de titulización que, a su vez, pudieran venderse y a partir de obtener –las entidades—alta remuneración. Producir cualquier préstamo seguro o inseguro para poder titulizar más y más. Aclaremos que el término titulización responde a una práctica muy común que es «revender» el riesgo –las cuantías del mismo—de las hipotecas asegurando al que compre este tipo de título un interés. Como son productos emitidos por bancos suelen tener todas las garantías de solvencia. Pero, en este caso, no lo fueron. Por un lado los emisores eran conocidísimos bancos de inversión y por otro se buscó malévolamente que dichos productos fueran opacos para no descubrir la poca calidad que tenían. Sin embargo, las agencias de rating que califican la solvencia de bancos, emisiones de deuda, etc., al no entender lo que tenían dentro, le aplicaron la máxima calificación respondiendo a la clasificación de los bancos emisores, lo cual también parece muy irregular o, cuanto menos, poco profesional.

Productos sin reglas
¿Por qué se emitieron esos productos? Pues por avaricia. Por ganar más dinero sin atenerse a las mínimas reglas de solvencia o de honradez profesional. Cuando, en efecto, estalló la crisis de los impagos en las hipotecas subprime ya era demasiado tarde. El mundo financiero cada vez más intercomunicado estaba completamente contaminado. Se han llamado a estos productos «tóxicos» y yo los llamaría «golfos». Luego, claro está, cuando se ha producido la desconfianza de los ahorradores y han pretendido sacar el dinero de sus bancos, pues la crisis ya estaba servida. Pero hay que manifestar que en el origen de esta crisis hay ese ingrediente de ganar más a cualquier precio que, aunque algunos no lo crean, no es habitual en el medio bancario y financiero.

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