miércoles, 25 de junio de 2008

Comunión Querétaro N°541 29/junio/2008 Año de San Pablo (2008-2009)


Recuperando a San Pablo
la actualidad del personaje


Hemos leído mal la obra de Pablo, incluso la desconocemos, por eso es necesario regresar a San Pablo. No debemos ignorar las nuevas perspectivas que en la actualidad se están presentando acerca del personaje en innumerables estudios.
Debemos aprender que a Pablo hay que leerlo en su verdadero orden, en el de su pensamiento, y que sin rechazar las cartas deuteropaulinas, debemos ser honestos a la hora de atribuir al personaje de Pablo lo que le pertenece. Al César lo que es del César y a Pablo lo que es de Pablo. Esta lectura nos aporta a un nuevo personaje, limpio de muchos «pegotes» con los que lo habíamos ocultado y oscurecido.
Pablo es por lo tanto un personaje de actualidad, porque merece ser colocado de nuevo en el sitio que siempre se ha merecido. Porque su palabra y su transmisión de la experiencia de fe a través de sus escritos alimentó siempre la vida de una Iglesia que hoy tiene una deuda impagable con este gran misionero y apóstol.
Por otra parte ningún «padre conciliar» del Vaticano II aportó a la teología actual lo que aportó San Pablo. El Concilio Vaticano II habló con lenguaje paulino, evidentemente. La eclesiología del Vaticano II, se podría decir que es eminentemente paulina.
El modelo de la Nueva Evangelización lo tenemos en San Pablo, por una simple razón, pertenecía a tres mundos: judío, griego y romano. Fue capaz de poner en categorías nuevas un mensaje que nacía en el judaísmo. Fue uno de tantos apóstoles que lo universalizó. No fue el universalizador único del cristianismo ni podemos llegar a decir que Pablo fue el artífice el cristianismo, como a veces se ha dicho.
Pero verdaderamente, es el personaje que conocemos como ningún otro, cuyo testimonio ha llegado hasta nosotros. Aquel que se desvivió creando y recorriendo comunidades, evangelizando y explicando el evangelio de modo comprensible a sus interlocutores. Sin elevaciones ni intelectualismos.
Al comenzar el estudio de la Teología, miramos hacia San Pablo, el gran comunicador, el gran teólogo y el gran cristiano. Porque ¿qué es un teólogo o un cristiano sino un comunicador de la fe? Con sus palabras, pero también con su vida, trabajando entre trabajadores y enfrentándose a naufragios y temporales, a ilusiones y a desilusiones.
Permaneciendo firme en una fe, con la alegría de un Dios que lo acompañaba. Esa alegría que nada ni nadie podía quitarle. Con la certeza de que nada lo podía separar del amor de ese Dios que cegó de amor un día a un perseguidor cristiano en el camino de Damasco.

Restableciendo y redimiendo a Pablo de tópicos


Vamos a manifestar una nueva imagen del Apóstol Pablo. Vamos a ser abogados de un personaje que merece ser defendido, y que ha sido fuertemente vilipendiado en innumerables ocasiones.
Le hemos llamado misógino (es decir, que odiaba a las mujeres, que era enemigo de la mujer y de lo femenino. O por decirlo más claramente: machista), lo hemos tratado de engreído, petulante, presumido, «chulo». Hemos dicho de él que no era concreto en la actuación pastoral, que sus respuestas pastorales eran idealistas, utópicas, espiritualistas y poco aterrizadas en la realidad. Podríamos enumerar incontables obras que dicen que estaba preocupado por temas demasiado místicos, y que no vale para responder a nuestros problemas pastorales actuales tangibles y presentes. La ruptura con alguno de sus compañeros, como Bernabé, ha llevado a muchos a decir que era un individualista, e incluso que sentía envidia de Pedro como líder de la Iglesia, o que se sentía acomplejado denominándose Apóstol sin haber sido uno de los Doce. Y muchos, utilizando la carta a los Corintios, han llegado a concluir que era un esquizofrénico, porque cambiaba de ánimo como cambian los torrentes del Negueb. Y de la esquizofrenia, otros lo han enviado directamente a la más pura locura, y existen libros de médicos y psicólogos que lo citan como modelo de determinadas enfermedades de índole mental. Total y exagerando algo, que proclamamos palabra de Dios las cartas de un demente recluido en un psiquiátrico.
Pablo sigue siendo hoy, como la cabra de la fiesta judía del Yom Kippur, empecatada y arrojada al desierto con nuestros pecados, que no le pertenecen, pero que cargándoselos a él, quedamos como nuevos. El personaje de San Pablo ha sido puesto por muchos en medio de la pista del circo romano, y tenemos que salvarlo de la ingesta vespertina de los leones.



El orden de lectura


Muchas veces hemos pretendido leer el Nuevo Testamento linealmente, como si comenzase con la infancia de Jesús en Mateo y terminase con el Apocalipsis. La hemos leído pensando que ese fue el orden en que fue escrita. La Biblia no se escribió en el orden en el que hoy la tenemos.
Aquellos apóstoles nunca pretendieron poner por escrito sus experiencias junto a Jesús de Nazaret. No hacía falta, no era necesario, porque aguardaban una pronta venida del Mesías (le llamaron Parusía). Aquello era inminente. La muerte de los primeros discípulos del Maestro puso en sobreaviso a todos de que la transmisión del mensaje comenzaba a correr peligro. Hasta entonces, y por parte de una segunda, incluso tercera generación de cristianos, el Evangelio no comenzó a ponerse por escrito, su transmisión fue más bien oral.
Pero, ¿qué sucede con la obra de Pablo? Estamos refiriéndonos al género literario de las cartas. ¿es posible realizar una carta oral? La obra de Pablo toma forma literaria sobre el papiro desde el primer momento. Aquellas misivas tenían que mantener encendidos los rescoldos que Pablo había sembrado de evangelio en las comunidades que había visitado, y que incluso había fundado. Por eso Pablo se escribió antes que los evangelios, adelantándose sus textos y realizando teología cuando todavía las comunidades tenían más de relato de los hechos que de desarrollo del pensamiento cristiano.
Nace así el primer texto del Nuevo Testamento, nos situamos en el año 51 de nuestra Era; la primera Carta a los Tesalonicenses. Ese es el primer retoño del Nuevo Testamento. Pablo es, por lo tanto, el evangelizador por escrito más primitivo del cristianismo, del que hayamos tenido noticias. Las cartas de Pablo fueron previas a los evangelios. Sólo algunas pudieron discurrir paralelamente con la obra del primer evangelio, que no es Mateo sino Marcos. ¡Que lío! ¿Entonces está todo cambiado de sitio? Pues, más o menos. Para eso estamos siguiendo a San Pablo y el Nuevo Testamento, para poner en orden el rompecabezas. El que acude a la Teología ha de hacerlo con la mente abierta, descubriendo con humildad que muchas cosas que daba por sabidas, habrá que aprenderlas de nuevo, debemos pasar por ese proceso de composición de nuestro rompecabezas de verdades, que sabíamos mal, porque sabíamos a medias, y las medias verdades algo son también de medias mentiras.
Si 1 Tesalonicenses es la primera carta, lo normal, podríamos incluso llegar a pensar, es que el segundo texto sería la segunda carta a los Tesalonicenses. Y sino el segundo, por lo menos alguno de los siguientes. Pues no, esa no fue de Pablo, en ella hay un lenguaje apocalíptico que no responde a su tiempo, y la comprensión de la escatología no es propiamente paulina. Se escribió cuando Pablo ya había muerto, hacia finales de los años 70, e incluso en la década de los 80. Ese es el segundo dato importante, no sólo, las cosas en el Nuevo Testamento no fueron escritas en el orden en el que se han situado según el canon bíblico, sino que no todo lo que identificábamos como Carta de San Pablo, es de San Pablo. A la muerte de Pablo, sus discípulos firmaron con el nombre de su maestro (la firma va de mi puño y letra), para dar garantía a enseñanzas que pretendían revalorizar y lograr como significativas en la vida de la comunidad; especialmente en la moral de la comunidad, porque, como veremos, la mayor parte de los escritos que no son autoría directa de Pablo tienen una extrema carga de moralina e incluso inician una comprensión eclesial que irá tomando formas más jerárquicas, las cuales terminarían chocando con la comprensión de la comunidad carismática y «pueblo de Dios» que fueron recuperadas por el Concilio Vaticano II, a la luz de una restauración de un Pablo más genuino. No significa que estén mal, sino que en la partitura de la teología, se encuentran en la voz de un bajo, mientras que la voz de Pablo se mantiene como la voz de un tenor. Y por mucho que nos empeñemos en tapar con voces de bajos las voces de los tenores, difícilmente lo podemos lograr. Los bajos son bajos y los tenores son tenores.

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