miércoles, 20 de agosto de 2008

Comunión Querétaro N°548 17/Agosto/2008 Homilia de Mons. Don Rogelio Cabrera López, Arzobispo de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas


Homilía de Mons. Don Rogelio Cabrera López,
Arzobispo de Tuxtla Gutiérrez, Chis, en el Jubileo Episcopal del 8° Obispo de la Diócesis de Querétaro Sr Don Mario De Gasperín Gasperín

Estimado Don Mario De Gasperín:
Con alegría y esperanza nos reunimos esta tarde para entonar junto a Usted un himno de acción de gracias y de alabanza al dios que nos ama tanto y nos ha llamado a ser parte de su familia, la Iglesia y que además nos ha invitado a Usted y a muchos de nosotros a ejercer en ella el ministerio sacerdotal.
Le agradezco me haya invitado a servir en la mesa de la palabra de Dios en esta Eucaristía. Me siento muy contento de acompañarlo, siempre agradecido con Usted por haberme permitido ser su colaborador durante algunos años en esta Diócesis. Muchas gracias.
Hace diecinueve años en este mismo estadio le recibimos como el octavo Obispo de Querétaro. Este lugar es testigo de la fe de este pueblo y del cariño filial a su pastor.
1. El ministerio episcopal es un don de Dios.
Hermanas y hermanos, es un regalo grande de Dios ser parte de sus elegidos, ser discípulos suyos, ser parte de los que pueden cantar el cántico del Cordero, de los que están llamados a vivir sin tacha, de los que viven en el mundo sin ser del mundo y que le pertenecen de modo exclusivo a Aquel que es la Verdad y la Vida y que nos conquistó para Dios con el Misterio de su muerte y Resurrección.
¿Cómo no cantar un cántico nuevo en honor del Señor? ¿Cuál es ese canto que le agrada?
- Es el canto del testimonio y la fidelidad al Cordero, que inmolado por nosotros viene a nuestro encuentro para guardarnos del mal, estando nosotros en el mundo.
- Es el canto de alabanza de nuestra vida que proclama que Jesucristo es el Señor, es la Verdad que nos salva, es la Vida que vence sobre el mal y la muerte que dominan este mundo.
- Es el canto oneroso de los que derraman su sangre y gastan la existencia en el servicio a la grey que el Señor les confía.
- Es un himno de gloria de los que Dios Padre consagra como amigos de su Hijo.
2. La misión del Obispo.
En la proclamación del evangelio de hoy escuchamos la súplica ferviente de Jesús a su Padre a favor de sus discípulos: «Santifícalos en la verdad. Tu palabra es la verdad. Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo!». Los Apóstoles han de ser consagrados del mismo modo como Jesús se ha consagrado a través de su muerte. Cristo se santifica a sí mismo en la entrega de su propia vida por el mundo. De la misma manera que él ha sido ungido por el Espíritu, los discípulos son también consagrados con el óleo de la verdad.
Hoy agradecemos al Señor que consagró a nuestro hermano Mario y le ungió hace veinticinco años con el óleo de la Verdad, el óleo del Espíritu. La misión recibida brotó de esta unción que lo ha capacitado para llevar acabo en el mundo la tarea de ser testigo de la verdad, de poder amarla y de expresarla en el servicio. Toda la misión de la Iglesia brota y se despliega de este acto amoroso del Padre que por su misericordia nos une a Él, nos da la vida y nos permite dar mucho fruto.
Hay una relación inseparable entre consagración, misión y verdad. Se vive por y para la verdad. Esta verdad que es Dios y que se ha manifestado en la persona de Cristo, es la razón de todo ministerio. El discípulo misionero es seguidor de quien es el camino, la verdad y la vida y debe anunciar al mundo este hecho de salvación.
La verdad es la realidad de Dios en Jesús, el amor sin condiciones, conocido por experiencia de vida y anunciado por la palabra. La palabra es la verdad, es el mensaje de amor y de la vida. Afirma el Papa Benedicto: «Sólo la verdad unifica y su prueba es el amor». «Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano… De aquí la importancia única e insustituible de Cristo para nosotros, para la humanidad. Si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino y, al no haber camino, no hay vida ni verdad» (Discurso inaugural en Aparecida, 3).
Usted, Don Mario, comprende de modo existencial estas palabras. Sabe que su misión no ha sido fácil, que hablar la verdad trae un costo grande de incomprensión. Que hay que defenderla incluso en los tribunales. En nuestro país se exige el derecho a la verdad pero no se quiere vivir conforma a la verdad. Se olvida que la verdad es indivisible porque no se pueden aceptar segmentos o partes de ella a conveniencia y dejar a un lado lo que nos obliga o no nos gusta. Usted ha enseñado a sus fieles que la verdad trae consigo obligaciones, que tiene una dimensión moral y ética que no se puede omitir ni negociar Una sociedad que sacrifica la verdad del bien destruye y asesina. Nos decía el papa Juan Pablo II en la exhortación Pastores gregis: «La labor del Obispo se ha de caracterizar, pues, por la parresía, que es fruto de la acción del Espíritu (cf. Hch 4,31). De este modo, saliendo de sí mismo para anunciar a Jesucristo, el Obispo asume con confianza y valentía su misión, factus pontifex, convertido realmente en «puente» tendido a todo ser humano,». (66).
Merece la pena tener en cuenta algunas precisiones fundamentales que san Pablo hace, para todo Apóstol y discípulo de Cristo: hemos sido misericordiosamente investidos de este ministerio; / no desfallecemos; / no hemos procedido con astucia, ni falseado la Palabra de Dios: / no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor. Es esta realidad exactamente la que traduce nuestra misión de pastores del rebaño de Cristo.
La misión del Obispo sólo se comprende a la luz de la misión de Cristo. Él mismo nos dice: «Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo» (Jn. 17,18). La misión del discípulo es la misma que la de su maestro: consagrado por el Espíritu afrontará las mismas consecuencias de proclamar la verdad: la persecución por parte del mundo que es enemigo de Dios. La muerte de Cristo hace posible la consagración de los discípulos, pues ella les hará descubrir cuál es el límite del amor y les hará capaces de recorrer el mismo camino. El vía crucis de Jesús será el mismo de los apóstoles.
El apóstol se presenta sin poder humano ni riquezas, sólo con la gracia y el poder del amor de Dios que brilla en el rostro de Cristo, para dar a conocer el resplandor de la gloria de Dios, que se manifiesta en Él (cf. 2 Cor. 4,6). Afirma el Papa Juan Pablo II: « Así resulta claro que todas las actividades del Obispo deben orientarse a proclamar el Evangelio, « que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree» (rm. 1,16). Su cometido esencial es ayudar al pueblo de Dios a que corresponda a la Revelación con la obediencia de la fe (Cf. Rm 1,5) y abrace íntegramente la enseñanza de Cristo. Podría decirse que, en el Obispo, misión y vida se unen de tal manera que no se puede pensar en ellas como si fueran dos cosas distintas: Nosotros, Obispos, somos nuestra propia misión. Si no la realizáramos, no seríamos nosotros mismos. Con el testimonio de la propia fe nuestra vida se convierte en signo visible de la presencia de Cristo en nuestras comunidades». (PG 31).
El Señor nos recuerda que la misión es trascendente:»Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo». Don Mario De Gasperín, Usted comenta estas palabras en su séptima carta pastoral: «Somos un pueblo visible pero que persigue bienes invisibles: un pueblo terreno pero con destino celestial; un pueblo constituido por hombres marcado por la fuerza del pecado, pero sostenidos y
vivificados por la gracia santificadora de Dios que nos hace vencedores en la lucha contra el mal; en una palabra, estamos en el mundo pero no somos del mundo, porque nuestro origen y nuestro destino miran y se asientan en la eternidad.». (1).
Hermanos sacerdotes, en esta misión Su Obispo no está sólo, él la realiza con Ustedes en perfecta armonía con todos los fieles.
3. El Obispo, escucha la verdad y es testigo de ella.
Nos dice el Apóstol San pablo: «Sólo predicamos la verdad… porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor» (2 Cor 4,5). Es necesario subrayar que el contenido de nuestra predicación no puede ser otro que la persona de Cristo y su verdad: «En este servicio a la Verdad, el Obispo se sitúa ante la comunidad y es para ella, a la cual orienta su solicitud pastoral y por la cual eleva insistentemente sus plegarias a Dios». (PG29).
Usted señor Obispo, está convencido de que la Palabra de Dios es la roca de la vida para cada cristiano y para toda la Iglesia y sabe que «Los fieles necesitan la palabra de su Obispo; necesitan confirmar y purificar su fe» (PG29). Por esta razón no ha desmayado en este cometido. Como Obispo tiene el deber y6 del derecho de orientar a los fieles que se le han encomendado. Usted ha hecho el esfuerzo de darle al pueblo el alimento de la verdad a través de la pastoral bíblica y de un vasto magisterio en sus cartas pastorales.
Nosotros como obispos tenemos la misión de ser testigos de la Verdad. Frente a la situación de ambigüedad, mentiras, engaños, errores y desencantos que ofrece el mundo del que nos habla el Evangelio, estamos llamados a ofrecer la Verdad que salva, Cristo, Camino, Verdad y Vida. San Agustín comentaba con particular énfasis la necesidad de insertarse en este camino cuándo escribía: «Era necesario que él dijera: yo soy el camino, para demostrar que conociéndolo a Él conocerían el camino que creían no conocer; pero era también necesario que dijera: yo soy la verdad, para que una vez conocido el camino, no quedará sin conocer la meta. El camino conduce a la verdad, conduce a la vida…¿y a dónde vamos nosotros si no es a él?. ¿Y por cuál camino caminamos si no es por él? (in Johannis Evangelium, 69,2).
Por eso el Papa Benedicto XVI ha dicho categóricamente que sólo la verdad salvará al mundo.
4. El Obispo, ama y celebra la verdad.
Es necesario referirnos al papel que las celebraciones litúrgicas tienen para fortalecer el amor a la verdad. «En efecto, en este Sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad. Puesto que solo la verdad no hace auténticamente libres (cf. Jn 8,36), Cristo se convierte para nosotros en alimento de la Verdad. En particular, Jesús nos enseña en el sacramento de la Eucaristía la verdad del amor, que es la esencia misma de Dios. Ésta es la veda evangélica que interesa a cada hombre y a todo el hombre. Por eso la Iglesia, cuyo centro vital es la Eucaristía, se compromete constantemente a anunciar a todos, «a tiempo y a destiempo» (2 Tim. 4,2) que Dios es amor. Precisamente porque Cristo se ha hecho por nosotros alimento de la Verdad, la Iglesia se dirige al hombre, invitándolo a acoger libremente el don de Dios». (Sacramentum Caritatis 2). La fiesta litúrgica de los sacramentos, de modo especial la Eucaristía son la manifestación o epifanía del misterio porque en ellas se acepta y se ama la verdad misma. En la Eucaristía de modo particular Cristo es verdad, en ella está la presencia real de Jesús que santifica a los hijos de Dios. La liturgia educa para amar y sentir la verdad, pues quien recibe a Cristo como alimento, hace suyo todo lo que es de Cristo.
5. El Obispo, diácono de la verdad.
Tenemos que servir a la Verdad que salva, Jesucristo el Señor, si no fuéramos fieles a esta misión nos haríamos extraños a nosotros mismos, habríamos perdido el sabor (cf. Mt 5,13) y sería inútil nuestra presencia en el mundo. Somos conscientes que la búsqueda de la verdad determina nuestra existencia personal y nos habilita para dialogar con el mundo tan necesitado de la verdad.
Es por eso que el Obispo es diácono – servidor de la Verdad, de la Palabra de Dios de la cual es portador. Nuestro ministerio (magisterio) no está por encima de la Palabra sino que somos sus servidores, nos corresponde como dice la Dei Verbum: «escucharla devotamente, custodiarla celosamente y explicarla fielmente (DV 19). Por encima de nuestros gustos y tendencias está el mostrar fielmente el rostro de Cristo Señor de la historia; ninguno de nosotros está autorizado para hablar en nombre propio o para transmitir sus propios criterios, palabras o intereses personales; más bien, nuestras palabras, enseñanzas y testimonio, son para mostrar el rostro de Cristo confesarlo y darlo a los demás.
Esta tarea del Obispo es sin duda la más complicada. Hay que anunciar la verdad y el bien en un mundo de intereses encontrados y de conflictos de derechos fundamentales conculcados: «Ante esta situaciones de injusticia, y muchas veces sumidos en ellas, que abren inevitablemente la puerta a conflictos y a la muerte, el Obispo es defensor de los derechos del hombre, creados a imagen y semejanza de Dios. Predica la doctrina moral de la Iglesia, defiende el derecho a la vida desde la concepción hasta su término natural; predica la doctrina social de la Iglesia, fundada en el Evangelio, y asume la defensa de los débiles, haciéndose la voz de quien no tiene voz para hacer valer su derecho». (PG 67).
El servicio a la verdad exige la entrega y trae consigo el sufrimiento. El Papa Benedicto XVI afirma: «la capacidad de sufrir por amor de la verdad es un criterio de humanidad. No obstante, esta capacidad de sufrir depende del tipo y de la grandeza de la esperanza que llevamos dentro y sobre la que nos basamos… Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de humanidad, cuya perdida destruiría al hombre mismo». (Spe Salvi 39).
Usted afirma en su novena carta pastoral: «Es, por tanto, un derecho y un deber de los fieles católicos laicos, como de todo ciudadano razonable y responsable, defender los valores y las virtudes morales naturales como son la justicia, la verdad, la libertad, la honradez, la lealtad, la solidaridad, el respeto a la persona humana, la paz, etcétera; y esta participación no puede calificarse, por ningún motivo, de intromisión de la Iglesia en el ámbito de los gobierno, de los partidos políticos o de la educación».
Quiero concluir esta reflexión encomendado a Don Mario a la Santísima Virgen María en su imagen preciosa y milagrosa de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano, Patrona de la Diócesis de Querétaro:
Invocamos sobre este hermano nuestro, Mario, la intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia y Reina de los Apóstoles. Que Ella, que estuvo al pie de la cruz y alentó la oración del Colegio apostólico en el Cenáculo, le alcance la gracia de ser fiel a su misión y no frustrar jamás la entrega de amor que Cristo le ha confiado. Que María, como testigo de la verdadera vida brille ante esta Iglesia de Querétaro y ante su Obispo como señal de esperanza cierta y de consuelo. Amen.
+Rogelio Cabrera López
Arzobispo de Tuxtla

No hay comentarios: